Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró. Juan 11:33-35
María y Marta habían pedido a Jesús que viniera pronto a curar a Lázaro, pero el Señor tardó en ir. Cuando Cristo llegó, Lázaro llevaba cuatro días en la tumba. No culparíamos a María y a Marta por ceder a la sensación de vacío e impotencia que acompaña a la muerte, o por preguntarse: «¿Por qué no nos ayudó? ¿Cómo pudo mantenerse alejado cuando sabía lo que estábamos sufriendo?».
Tal vez éstas sean algunas de las preguntas que te has hecho al clamar a Dios. Pero Jesús siempre sabe exactamente lo que te está pasando. Debemos darnos cuenta de que algunas cosas son tan importantes para Él que vale la pena interrumpir la felicidad y la salud de Sus hijos para lograrlas.
Por ello es importante que entiendas esto: Jesús no se encuentra aislado del dolor que estás sufriendo. Independientemente de lo que Él esté en proceso de lograr, o de cuán nobles sean Sus propósitos, Él permanece íntimamente en contacto con lo que estás sintiendo. Jesús lloró por Lázaro, y también llora contigo. Y si, como María y Marta, continúas confiando en Él, verás Su gloria y comprenderás Su amoroso cuidado a través de todo lo que Él permite.
Señor, cuando enfrente dificultades y demoras, ayúdame a confiar en Tu tiempo perfecto. Que recuerde que Tú nunca estás distante de mi dolor y que lloras conmigo en mi sufrimiento. Enséñame a confiar en Tus grandes propósitos, sabiendo que Tú siempre trabajas para mi bien. Ayúdame a ver Tu gloria y a experimentar Tu amor incluso en los momentos más difíciles. En El Nombre de Jesús, Amén.