“Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.” (Juan 13:3-5)
Que no me siente en un trono alto, ni gobierne a la perfección estando solo; que no me sienta a la izquierda o a la derecha en la gloria y el poder del reino, ni sea grande; y sobre todo, que no mantenga a otros en servil esclavitud; que no señoree sobre los demás con un alto cetro y una bandera desplegada; ni con autoridad, ni con orgullo, ni dominio vano, ni vasta supremacía; que no desee nada, ni me comporte así; en resumen, ¡que no sea yo servido! ¡Sino que sirva! Que con humildad cene con el pan y la copa del criado, allá donde corren las aguas de la tristeza, que camine en fraternidad, que camine lejos, allá donde están los tristes; que conozca la amargura y el pecado, que del pobre y del desdichado sea compañero y hermano; y que así sea ayudador, el último y el menor siervo en el reino, esclavo en la fiesta; que así obedezca y así me humille, y así, mi Salvador, que sirva. Sí, porque yo nunca estoy solo: ésta es tu gloria, Señor, y éste es tu mismo trono. Siervo Infinito, que pueda yo ser esclavo y vasallo y trabajador contigo.