He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho. (Génesis 28:15)
Qué Dios tan asombroso tenemos, para darnos cuenta de que esta magnífica promesa a Jacob y a la nación de Israel, que fue tomada por un imposible y fue hasta observada como apostasía durante su historia, que incluso crucificó a su Mesías y Rey, sigue en pie hoy. El Dios que se mantiene firme en sus promesas a Israel es el mismo Dios que honrará sus promesas a su Cuerpo, que es su Iglesia.
¿No debería esto alegrar nuestros corazones, darnos la paz que el apóstol habló, que sobrepasa todo entendimiento, y llenarnos de la seguridad de que sus promesas y las revelaciones de su Palabra se mantendrán firmes y se cumplirán con seguridad? ¿No debería esto tranquilizarnos, sabiendo que sus dones también permanecerán firmes para siempre, para su alabanza y para Su completa honra y gloria?
No perdamos de vista esto: tenemos un Dios que ha prometido velar por NOSOTROS, que somos su cuerpo. Ha prometido protegernos, proveernos, guardarnos y cuidarnos, porque Su naturaleza es el amor, el cuidado, la protección, como aquel buen pastor que pone en riesgo hasta Su vida por cada una de sus ovejas.
Por ello, he aquí la verdad que no debes olvidar: tenemos un Salvador que dio su propia vida por nosotros para que nuestros pecados fueran perdonados para siempre y estemos cubiertos por la gloriosa justicia de Cristo.
He aquí: tenemos la promesa de un hogar eterno preparado para nosotros, en el cielo.
Oración:
Gracias, Padre, por la verdad de tu palabra y por tus promesas infalibles. Que pueda ser fiel en mi servicio a Ti, que eres mi maravilloso Dios y Padre fiel, en el nombre de Jesús te lo ruego, Amén.