Y el que provoca la ira causará contienda. Proverbios 30:33
El Señor quiere que perdonemos a quienes nos han hecho daño, que no alberguemos resentimiento, amargura ni rencor contra nadie. Pero eso no siempre es tan fácil. Es asombroso cuánto dolor y devastación puede causar una persona o un grupo de personas. Tal vez alguien venga a tu mente en este momento. Tanto si la herida es reciente como si lleva ahí años, aún duele. Puede que incluso modifique tu forma de vivir, haciendo que evites situaciones o personas similares a la que te hirió.
Llegados a este punto, tienes una elección: puedes alimentar tu angustia y permitir que la amargura te domine, o puedes volverte al Señor y permitir que te cure. Recuerda que perdonar no significa aprobar lo que la persona ha hecho. Más bien significa que renuncias a tu resentimiento y rencor para que puedas ser libre. Esto es complicado y angustiante a veces. Pero, por favor, compréndelo: Cuanto más difícil sea perdonar a una persona, más importante es para tu salud espiritual, emocional, mental y física que lo hagas. Verás, la falta de perdón te ata a la persona que te hizo daño, hiriéndote más profundamente de lo que ella sola podría haberlo hecho. En algún momento, debes negar a ese individuo el poder de hacerte daño.
Amiga, hay un poder impresionante en el perdón: evita que te vuelvas amargada, resentida y hostil. Cuando albergas amargura, tu comunión con el Señor se resiente. Así que cuando Dios te recuerde a las personas a las que debes perdonar, espero que no ignores Su voz. Decide valientemente enfrentarte a esos sentimientos y permite que el Padre te libere.
Señor, ayúdame a liberarme de la agitación de la amargura. Tú sabes a quién tengo que perdonar. Ayúdame a dejar las cargas del rencor y el resentimiento en Tu manos y a confiar en Ti para arreglarlo todo y ayudarme finalmente a perdonar. En El Nombre de Jesús, Amén.