Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. (Génesis 12:1-2)
En el versículo inicial de Génesis 12, la palabra en español “vete” no transmite plenamente la naturaleza contundente del mandato hebreo original. Esta directiva no es una mera sugerencia o una petición cortés; es un imperativo, una orden decisiva de actuar de inmediato y con firmeza.
Este mandato tenía profundas implicaciones para Abram, un hombre anciano en aquella época. Dios le pedía que abandonara todo lo que le era familiar -su patria, su familia y su residencia- y se aventurara en lo desconocido sin ninguna guía ni mapa. Dios pretendía conducir a Abram a un destino concreto, que sería significativo para él y sus futuras generaciones, prometiéndole guiarle y señalarle su llegada.
El versículo 4 revela la conformidad de Abram. A pesar de las posibles reservas que pudiera tener, la Biblia no se detiene en ellas. En cambio, destaca la fe de Abram y su obediencia inmediata al mandato de Dios.
Esta narración nos invita a reflexionar sobre nuestras propias respuestas a las directrices de Dios. ¿Tratamos Sus mandatos como sugerencias o peticiones opcionales, buscando excusas o accediendo a medias? La historia de Abram nos enseña que la respuesta adecuada a las órdenes inequívocas de Dios es un “Sí, Señor” decidido e inmediato, seguido de una obediencia incondicional.
Señor, me entrego a Tí, para me guíes por los caminos que Tu consideres propicios para cumplir Tu voluntad, pues mi mayor deseo, es seguirte, servirte y glorificarte en todo momento. Ayúdame a lograrlo, Padre. En El Nombre de Jesús, Amén.