Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes, Y cuando tropezare, no se alegre tu corazón (Proverbios 24:17)
El Señor comprende lo difícil que es afrontar el sufrimiento que te han causado otras personas, y se da cuenta de que las heridas que te han causado pueden ser profundas. Pero también ve que cuando te niegas a perdonar a los demás o les deseas el mal, sólo te haces daño a ti mismo. Le das a esa persona un poder sobre ti que ahondará tus heridas y acabará llevándote al pecado.
Por eso Jesús enseña: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.” (Mateo 5:44-45). Esto puede sonar poco razonable al principio, pero el Señor comprende que sólo cuando ves a tus enemigos a través de Sus ojos de misericordia y permites que Su amor incondicional fluya a través de ti, puedes perdonarlos y liberarte de lo que han hecho.
Así que intercede por los que se oponen a ti, e invita activamente a tu corazón a sentir la compasión de Dios por ellos. Al hacerlo, empezarás a comprender las dificultades a las que se han enfrentado y las heridas que arrastran. Puede que descubras que las personas que te hacen daño en realidad han padecido mucho sufrimiento en sus propias vidas, problemas que explican por qué responden como lo hacen. Y antes de que te des cuenta, la gracia de Dios fluirá por tu corazón, y te encontrarás deseando perdonarles como Cristo te perdonó a ti. Y en lugar de tramar cómo les responderás por lo que te han hecho, pedirás al Padre que cure a tu ofensor. Y cuando lo hagas, no sólo protegerás tu corazón del pecado, sino que también te convertirás en Su embajador de reconciliación para otros que lo necesitan.
Padre, ayúdame a perdonar. Dame compasión por los que me hacen daño y ayúdame a ser un ministro de Tu gracia para ellos. En El Nombre de Jesús, Amén.