Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios. (Éxodo 2:24-25)
Cuando cesaron los dolores del parto, Jocabed sostuvo por primera vez en sus brazos a su pequeño hijo. En lugar de alegría, su corazón se llenó de temor y desvelo. El edicto del faraón era claro: todo varón hebreo debía ser arrojado al río. Sin embargo, en medio de aquella oscuridad, ella eligió honrar al Dios que le había confiado aquella vida. No podía imaginar que ese niño sería usado por el Señor para liberar a su pueblo entero de la esclavitud. Pero por su fe valiente, Dios transformó lo que parecía una sentencia de muerte en una historia de salvación.
Recuerda esto cuando tus circunstancias cambien de forma abrupta, especialmente cuando parezca que todo empeora. A veces, los tiempos difíciles nos hacen cuestionar la bondad de Dios, o si vale la pena seguirle cuando todo parece incierto. Pero cuando entiendes que Él está obrando dentro de un plan más amplio —más profundo de lo que ahora puedes ver—, tu corazón encuentra descanso.
Lo que ahora te angustia, un día será testimonio. Lo que hoy no entiendes, mañana será motivo de gratitud. Porque Él ve. Él escucha. Y Él se acuerda.
Señor, gracias por ser un Dios que ve, que escucha y que actúa con fidelidad. Aunque a veces no entiendo lo que estás haciendo, sé que estás presente en medio del dolor. Enséñame a honrarte en cada decisión, aun cuando el miedo me rodee. Dame la fe de Jocabed para confiar en Tu soberanía y entregar lo que amo en Tus manos. Confío en que transformarás mi angustia en esperanza, y que cada paso difícil será parte de Tu plan perfecto. En el nombre de Jesús, Amén.