Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd. Lucas 9:35
En el monte de la transfiguración, Pedro, Juan y Jacobo fueron testigos de algo glorioso e indescriptible. Aquel Jesús que caminaba con ellos, que les enseñaba con mansedumbre y sanaba con compasión, ahora se mostraba en su plena majestad: su rostro resplandecía como el sol y su ropa se volvió blanca y brillante. Fue entonces cuando una voz poderosa desde el cielo se hizo oír: “Este es mi Hijo amado; a él oíd.”
No fue una instrucción cualquiera. El Padre no les dijo que hablaran, que planearan o que edificaran algo, simplemente les dijo que escucharan. Porque antes de actuar, antes de responder, lo primero y más importante es oír la voz de Jesús. En un mundo lleno de ruido, opiniones y distracciones, la voz del Hijo es la que debemos buscar, valorar y obedecer por encima de todas.
Hoy, esa misma instrucción sigue vigente. Dios nos sigue diciendo: “Escuchadle”. Escúchalo en Su Palabra. Escúchalo en la quietud de la oración. Escúchalo cuando el mundo grita lo contrario. Porque en Su voz hay vida, verdad, dirección y consuelo. Y solo cuando aprendemos a oír con reverencia y obedecer con fe, podemos ser transformados por Su gloria.
Padre Celestial, gracias por revelar a Tu Hijo como el Amado, digno de toda mi atención, devoción y obediencia. Ayúdame a silenciar todo lo que compite con Su voz en mi vida. Enséñame a escuchar con un corazón dispuesto, incluso cuando Sus palabras desafíen mis planes o confronten mi orgullo. Que cada día aprenda a vivir bajo la dirección de Tu Palabra, siguiendo a Cristo con fidelidad y alegría. En el nombre de Jesús, Amén.