Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Hebreos 4:16
En el mundo de hoy, azaroso, atestado de responsabilidades, y lleno hasta al fondo de estrés, parece que en la mayoría de las ocasiones, nos encontráramos presos de la desolación del agobio.
Los problemas familiares, el trabajo, la escuela, las finanzas y los compromisos pueden robar nuestra paz, a menudo todo al mismo tiempo. Lo difícil es que estas temporadas parecen inevitables, y no encontramos más remedio que arar en la incertidumbre de si, la cosecha esperada para solucionar todas esas cargas, finalmente llegará.
Pero en medio de esa incertidumbre, que seguro también te ha tocado atravesar, he descubierto una manera de apoyarme en la gracia, que permite sobrepasar cualquier dificultad.
Cuando leo el Salmo 142, y veo la poderosa fe de David me lleno de esperanza. En este salmo, David se escondía en una cueva, para huir de la persecución de Saúl y su ejército. Estaba abrumado y clamó a Dios, parafraseando su llamado de esta forma: ¡Señor, estoy cansado! Tengo que estar atento a las trampas porque la gente conspira contra mí, y nadie me cubre las espaldas. Miro a la derecha con la esperanza de ver una cara amiga y oír una palabra de aliento, pero estoy solo. No hay nadie que se preocupe por mí. Después de sentir todos esos sentimientos, finalmente proclama que el Señor es su refugio y su porción.
En tiempos cuando estoy quebrantado y cansado como David, necesito gracia. Necesito experimentar la gracia de Dios, ser fortalecido por la gracia del Señor, y ser motivado por su perfecto amor. Pero para ello, debo de cumplir un requisito: tengo que ir al trono para obtener la gracia, como nos inspira el versículo de hoy.
Pero y ¿cómo podemos acercarnos al trono de la gracia? La respuesta es menos compleja de lo que parece, cuando sientas que el agua te llega hasta el cuello, elije regocijarte en el Señor. Ello lo logramos pensando conscientemente en las maravillas de nuestro Señor diciendo:
Me siento agotado y sin fuerzas, ¡pero Dios es capaz!
Siento que voy a estallar, ¡pero Dios me rescata!
Siento que estoy solo en esta lucha, ¡pero Dios es mi amigo!
Y de repente, con esas cortas pero poderosas palabras, paso de ser débil a ser fuerte en la gracia. Puedo resistir la tentación de dejar que el agobio de mi vida me impida perseguir el corazón de Dios.
Padre, cuando esté en medio de la prueba, ayúdame a recordar que Tú me ves y me invitas a acercárme a Tu trono para recibir Tu misericordia y encontrar la gracia para vencer. Dame el valor y la confianza para acercarme a Ti, incluso cuando la inseguridad de poder fracasar me invite al error de no buscar Tu rostro. En el Nombre de Jesús, Amén.