E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza. 1 Samuel 1:11
Las palabras del versículo de hoy describen y articulan la profunda angustia de una mujer de hace miles de años y, sin embargo, hoy, en los tiempos modernos, cualquiera de nosotros podemos relacionarlas a una realidad que podamos vivir, completamente. Tales declaraciones son de una mujer llamada Ana, cuya vida se encuentra descrita en 1 Samuel 1.
Las lágrimas de Ana por la aflicción de no poseer descendencia, se hicieron aún más dolorosas por la otra esposa de su marido, Penina. Ella tenía muchos hijos e hijas y se aseguraba de negativamente hacerlo notar, a Ana, cada vez que podía.
Hay un hilo común que teje la historia de Ana, la tuya y la mía, y es nuestra perspectiva, ante el silencio del Señor: ¿Qué hacemos cuando nuestro corazón lucha por hacer las paces entre la capacidad de Dios para cambiar las cosas difíciles y su aparente decisión de no cambiarlas por nosotros?
Hacemos lo que hizo Ana.
En lugar de alejarse de Dios con recelo, se acercó cada vez más, llenando el espacio de su espera con oración. Cuando la esterilidad y el maltrato de Penina podrían haber hecho que Ana perdiera completamente el ánimo, ella se negó a dejar de confiar en Dios. Poseía una fe que no dependía de sus circunstancias, sino que se basaba en lo que sabía que era cierto acerca de su Dios bueno y fiel. Una fe que la llevó a orar con tanta pasión y audacia en el tabernáculo que Elí, el sumo sacerdote, la acusó de estar borracha (ver 1 Samuel 1:12-18).
Y aunque finalmente su clamor de angustia tuvo cómo resultado los llantos de su hijo recién nacido, 1 Samuel 1:20a utiliza palabras muy claras para hacernos saber que la respuesta de Ana no llegó de inmediato y las escrituras nos revelan: “al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo”
Fue entonces cumplido el tiempo de Dios, y aunque no fue probablemente el mismo que el de Ana, fue el tiempo perfecto. Y es que Ana traía en su vientre a Samuel quién estaba destinado a desempeñar un papel integral en la transición de la época de los jueces al eventual establecimiento de la realeza para los israelitas.
Cuán grande y bueno es el Señor, que conforme a Su voluntad y en Él momento correcto, nos premia con lo que realmente necesitamos.
No desmayes en Tu fe, y en medio del valle de la prueba, confía. Recuerda que Dios nos ama demasiado, como para responder a nuestras oraciones, en otro momento que no sea el adecuado.
Dios Te Bendiga.
Padre Dios, muchas gracias por recordarme hoy que Tú no me ignoras. Tú escuchas cada clamor de mi corazón. Consuelame en la espera, y ayúdame a confiar en Tu tiempo perfecto. En el nombre de Jesús, Amén.