Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. 1 Juan 3:1
Vivimos en un mundo que constantemente nos dice que nuestro valor depende de logros, estatus o apariencia. Buscamos reconocimiento en el éxito profesional, en la belleza, en la influencia, en las relaciones o en las posesiones, y a veces hasta juzgamos a otros por lo que valoran. Sin embargo, la verdadera medida de nuestra dignidad no está en lo que tenemos ni en lo que hacemos, sino en el amor del Padre.
Él nos ha creado, nos acepta tal como somos y nos llama Sus hijos. En Cristo, somos dignos, completos y profundamente amados. Aun así, aceptar esto no siempre es fácil. Cuanto más dependemos de la aprobación o los logros terrenales, más nos sentimos inseguros y vacíos. En Su misericordia, Dios puede permitir que soltemos aquello en lo que confiamos para que descubramos que Su amor es suficiente y que solo en Él encontramos nuestra verdadera identidad.
El temor a soltar el control o a sentirnos vacíos refleja nuestra incomprensión del amor de Dios. Él no nos quita nada, sino que nos ofrece lo más precioso: un valor que no puede ser destruido, una identidad que no depende de nada externo y la paz que solo Él puede dar. Descansar en este amor transforma nuestra manera de vivir y nos permite caminar con confianza, libres de las comparaciones y de la ansiedad por lo que otros piensen o nos den.
Padre, gracias por llamarme tu hijo y por anclar mi valor en Tu amor inmutable. Perdóname por buscar validación fuera de Ti y enséñame a descansar en Tu cuidado. Ayúdame a vivir como alguien verdaderamente amado, digno y aceptado en Cristo, confiando plenamente en Tu corazón y Tu gracia. En El Nombre de Jesús, Amén.
