Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios. Génesis 45:8
Si alguien tuvo razones para vivir con el corazón herido, ese fue José. Fue traicionado por sus propios hermanos, vendido como esclavo, acusado injustamente por la esposa de su amo y olvidado por aquel a quien había ayudado en prisión. Todo parecía estar en su contra. Sin embargo, José no permitió que el rencor arraigara en su alma. A pesar de las injusticias, mantuvo su fe intacta en el Dios que ve más allá del dolor inmediato.
Cuando finalmente se reveló a sus hermanos años después, José no habló desde la herida, sino desde la convicción de que cada paso —por más doloroso que fuera— había sido dirigido por la mano soberana de Dios. “No fuisteis vosotros… sino Dios”, dijo. Él había comprendido que su historia, aunque escrita con lágrimas, era parte de un plan mayor.
También en tu vida, hay capítulos que parecen injustos, momentos en los que todo parece perdido. Pero no te apresures a juzgar la obra de Dios antes de tiempo. Él está formando algo en ti, incluso en medio del dolor. Si eliges la confianza por encima de la amargura, la fe sobre el resentimiento, y la obediencia sobre el desánimo, Dios podrá hacer en ti y a través de ti cosas que ni imaginas.
No te desalientes. Él no ha terminado contigo. Así como levantó a José en el momento justo, también te levantará a ti. Su propósito no se detiene en la adversidad.
Señor, gracias por tu soberanía incluso cuando no la comprendo. Ayúdame a ver tu mano en cada circunstancia y a confiar en que estás obrando, aun cuando mi corazón se sienta herido. Que como José, yo también pueda elegir la fe en vez de la amargura, y recordar que nada escapa de tu plan perfecto. Te entrego cada parte de mi historia, confiando en que tú sabrás usarla para bien. En el nombre de Jesús, Amén.