Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová. Salmo 41:1
Hoy, recuerda esto: la fortaleza que Dios está cultivando en ti no es solo para tus metas personales, sino también para bendecir a quienes te rodean, especialmente a los que están heridos y debilitados por el peso de la vida. No necesitas buscar lejos para encontrarlos: están sentados cerca de ti en el trabajo, viven en tu vecindario o se sientan en los mismos bancos de la iglesia.
Dios usa tus propias pruebas para formar en ti una sensibilidad más profunda, una compasión real y una sabiduría que brota de haber atravesado el dolor. Él desea que, con esa experiencia, seas instrumento de Su consuelo para otros que ahora están donde tú estuviste.
¿Puedes pensar en alguien que hoy necesita ánimo? Tal vez alguien agotado, enfermo o simplemente quebrantado por dentro. Ora al Señor y pídele que te muestre cómo puedes ser de ayuda. No necesitas hacer algo grande o costoso. A veces, una palabra amable, un gesto sencillo, una visita breve o una oración sincera bastan para que el amor de Dios toque un corazón.
Deja que la gracia que tú has recibido fluya hacia otros. Permite que el poder del Señor se exprese a través de tu disposición a servir y levantar al caído. Esa es una de las formas más hermosas de adorarlo.
Señor, gracias por la gracia y la fuerza que has derramado sobre mí en mis momentos de necesidad. Hoy te pido que abras mis ojos para ver a quienes necesitan consuelo y esperanza. Guíame para ser tus manos y tus pies, y ayúdame a reflejar tu amor a través de gestos concretos de compasión. Que mi vida sea un canal de bendición para otros, así como tú lo has sido para mí. En el nombre de Jesús, Amén.
