Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. 1 Crónicas 29:12
David, conocido como guerrero valiente, rey sabio y poeta inspirado, entendía perfectamente de dónde provenía la verdadera fortaleza. No se encontraba en sus habilidades, ni en su posición, ni en su fama. Su fuerza comenzaba y terminaba en Dios.
Para David, nada era más valioso que la presencia y el amor del Señor. Habiendo sido el menor de su casa, un simple pastor que desde la mirada humana no tenía gran futuro, pudo ver cómo la mano de Dios dirigió cada paso de su vida. Solo así se explica cómo derrotó gigantes, lideró ejércitos y llegó a ser rey. No fue por su mérito, sino por la gracia y el poder del Dios soberano.
Cuando se escondía de Saúl en las cuevas, solo y temblando de frío, Dios lo sostenía. Cuando sus enemigos parecían más fuertes y numerosos, el Señor le daba la victoria. David fue escogido no por ser el más fuerte, sino porque confiaba en la fuerza de Dios. Y por esa confianza, el Señor lo honró.
Y esa misma fuerza está disponible para ti hoy. Tal vez no seas un rey ni un líder militar, pero Dios tiene un propósito para tu vida, y te dará todo lo necesario para cumplirlo. Él no te llama a hacerlo todo solo; te llama a creer en Él y a recibir Su fuerza.
Señor, gracias porque en Ti está el poder y la fortaleza. Hoy reconozco que no dependo de mis propias capacidades, sino de Tu mano que me sostiene. Así como fortaleciste a David, fortaléceme a mí para cumplir con fidelidad las tareas que me has encomendado. Que en cada paso confíe en Ti y dependa de Tu fuerza. En el nombre de Jesús, Amén