Y persistió en buscar a Dios en los días de Zacarías, entendido en visiones de Dios; y en estos días en que buscó a Jehová, él le prosperó. 2 Crónicas 26:5
El reinado del rey Uzías sobre Judá comenzó con el pie derecho. Buscó al Señor con sinceridad, conquistó enemigos, restauró ciudades y vio cómo su reino prosperaba. Su fuerza militar creció, y todo parecía marchar bien. Pero algo trágico ocurrió en el camino: Uzías permitió que el orgullo se apoderara de su corazón. Aunque sus primeros logros estuvieron marcados por una dependencia reverente en Dios, más adelante “su corazón se enalteció hasta corromperse, y fue infiel a Yahveh su Dios” (2 Crónicas 26:16). En un acto de arrogancia, invadió el templo y quemó incienso, una tarea reservada exclusivamente para los sacerdotes. En lugar de seguir honrando a Dios, se exaltó a sí mismo. Y el Señor lo juzgó por ello.
El orgullo desmedido desvía nuestro enfoque del Señor y lo dirige hacia nosotros mismos. Nos lleva a confiar en nuestras propias fuerzas, a buscar nuestra gloria, y a relegar a Dios a un segundo plano. Si últimamente te has visto más enfocado en tus metas, tu reputación, tu influencia, tu éxito o tus sueños, haz una pausa y examina tu corazón. ¿Quién está sentado en el trono de tu vida: tú o Dios?
La historia de Uzías es una advertencia clara: nunca termina bien cuando intentamos ocupar el lugar que solo le corresponde a Dios. Pero hay esperanza. Hoy puedes humillarte ante Él y volver al camino de la obediencia. Allí es donde reside la verdadera bendición.
Señor, gracias por recordarme que el éxito viene cuando Tú reinas en mi vida. Perdóname por los momentos en que el orgullo me ha alejado de Ti. Hoy reconozco que todo lo que tengo y todo lo que soy viene de Tu mano. Te entrego mis logros, mis planes y mi corazón. Reina Tú en cada área de mi vida y enséñame a caminar en humildad, dependiendo siempre de Tu dirección. En el nombre de Jesús, Amén.
