Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. (Lucas 11:9)
Quizá alguna vez le pediste algo a Dios—una petición profunda, algo que anhelabas con todo tu corazón—y la respuesta no llegó como esperabas. Tal vez, al leer este versículo, sientes un nudo en el alma. Confiabas, oraste, esperaste… ¿y ahora qué?
Jesús nos dio esta promesa no como una fórmula mágica, sino como una invitación a la confianza activa. Nos llamó a una relación constante, en la que no solo pedimos, sino que también buscamos y llamamos. La oración no es un acto pasivo, sino una participación viva con el Dios que escucha, guía y bendice.
Primero pedimos: derramamos delante del Padre nuestras cargas, necesidades y anhelos. Luego buscamos: abrimos nuestros ojos y oídos espirituales para percibir Su respuesta, incluso cuando no llega cómo o cuándo esperábamos. Y finalmente llamamos: tocamos puertas con fe, damos pasos de obediencia, confiando en que Él abrirá las correctas.
Puede que Dios no responda de la forma que imaginas, pero eso no significa que no lo hará. Él promete abrir caminos, darnos lo que verdaderamente necesitamos y mostrarnos que su voluntad, aunque a veces misteriosa, siempre es buena, agradable y perfecta.
Señor amado, hoy me acerco a Ti con humildad y confianza. Tú conoces mis anhelos, mis temores y mis preguntas. Ayúdame a pedir con fe, a buscarte con todo mi corazón y a llamar con perseverancia. Aunque a veces no entienda Tus tiempos, enséñame a confiar en que Tú siempre sabes lo que es mejor para mí. Fortalece mi relación contigo y guía mis pasos conforme a Tu voluntad. Que mi confianza esté siempre anclada en Ti. En el nombre de Jesús, Amén.