No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Juan 14:18
La soledad puede ser una de las experiencias más dolorosas del alma. No siempre necesita silencio o ausencia física para sentirse real; a veces, incluso en medio de una multitud, el corazón se siente invisible, ignorado o no comprendido. Es en esos momentos cuando el enemigo susurra mentiras de abandono, haciéndonos creer que hemos sido dejados atrás.
Pero Jesús, nuestro Salvador y Pastor fiel, dejó claro que no es así. Él no nos ha dejado huérfanos. No nos ha lanzado al mundo para sobrevivir por nuestra cuenta. Su promesa permanece: vendrá a nosotros. Su presencia es continua, real y consoladora. Aún cuando los demás se aparten o no entiendan, Él se acerca. Él nos ve, nos escucha y se queda.
Jesús conoce la soledad. La sintió en el Getsemaní. La llevó sobre sus hombros en la cruz. Y por eso, cuando el frío del aislamiento llega, Él no nos observa desde lejos. Se acerca, nos rodea con su amor, y nos recuerda: “No estás sola, no estás solo. Yo estoy aquí.”
Señor Jesús, gracias por ser el Dios que no abandona, por acercarte a mí en los momentos más silenciosos y oscuros. Cuando el corazón se siente huérfano, recuérdame que tengo Padre, que tengo Salvador, que tengo Compañero fiel. Quita de mí el temor a la soledad y lléname con la certeza de Tu presencia constante. Enséñame a descansar en Tu compañía y a ver en cada instante solitario una oportunidad para abrazar más profundamente Tu amor. En Tu nombre, yo oro, Amén.