Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Juan 15:9
¿Alguna vez te has detenido a pensar cuán profundamente te ama Dios? Si no lo has hecho, quizás te sientas desanimado o insatisfecho en tu caminar con Él. Lo entiendo bien, porque lo viví en carne propia. Cuando tenía poco más de cuarenta años, me consideraba un creyente frustrado. Había sido cristiano por más de treinta años: oraba, leía la Biblia y servía al Señor fielmente, pero aun así me faltaba algo. No experimentaba el gozo divino que las Escrituras prometen.
Sabía quién era Dios, pero no conocía la plenitud de Su amor. Fue entonces cuando comenzó una transformación en mi vida: entendí, realmente, cuánto me ama el Señor. No de forma general, sino personal. Él me ama a mí, como dice Su Palabra: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado.”
A veces, lo más sencillo de comprender con la mente es lo más difícil de creer con el corazón. Pero cuando esa verdad se hizo real en mí, todo cambió. Descubrí que Su amor es íntimo, constante, abundante e incondicional. Desde entonces, Jesús se ha vuelto más real, más cercano, más glorioso y más suficiente cada día.
Eso mismo deseo para ti. Toma un momento y escribe o tu nombre y ponlo en este espacio:
Dios ama a: .
Ahora léelo en voz alta. Repítelo cada día y deja que esa verdad se hunda en tu corazón. Dios te ama. Personalmente. Totalmente. Eternamente.
Y nunca dejará de hacerlo. Alaba su maravilloso nombre.
Señor, gracias por amarme con un amor que no cambia ni se detiene. Ayúdame a creer en la plenitud de Tu amor y a vivir cada día consciente de Tu presencia. Que Tu amor transforme mi corazón, renueve mi fe y llene mi vida de gozo. En el Nombre de Jesús, Amén.