Sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Mateo 6:20
A lo largo de la historia, algunas personas han considerado la iglesia como un medio para lograr ganancias personales, buscando posesiones, influencia o poder. Incluso, muchos interpretan la abundancia material como una señal inequívoca del favor de Dios. Sin embargo, esta mentalidad está enraizada en una visión terrenal, centrada en construir un imperio humano en lugar de enfocarse en el reino celestial que Cristo nos llama a buscar.
Es cierto que el Padre nos concede bendiciones que podemos disfrutar y administrar aquí y ahora. Él siempre desea lo mejor para nosotros. Pero esto no significa que nuestra vida esté destinada a ser cómoda, fácil o llena de riquezas y placeres. Al contrario, porque Él nos conoce profundamente, muchas veces permite la adversidad, la pérdida o la dificultad para refinar nuestro carácter, fortalecer nuestra fe y alinearnos con Sus propósitos eternos.
Dios sabe lo que verdaderamente saciará nuestra alma. Sus recompensas —madurez espiritual, una vida con propósito y frutos que permanecen— son infinitamente más valiosas que cualquier riqueza pasajera. Y, a diferencia de los bienes de este mundo, no se deterioran, no se pierden y no pueden ser arrebatados.
Padre, ayúdame a fijar mi corazón en lo que es eterno. Líbrame de aferrarme a riquezas y logros temporales que desvían mi mirada de Ti. Enséñame a valorar las bendiciones que fortalecen mi fe, aun cuando lleguen envueltas en pruebas. Refina mi carácter, dirige mis pasos y haz que mi vida produzca frutos que te honren. Que todo lo que haga sea una inversión en Tu reino eterno. En el nombre de Jesús, Amén.