Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Hechos 4:33
Cuando pensamos en el poder de Dios, solemos imaginar milagros visibles: sanidades instantáneas, prodigios sobrenaturales, señales que nos dejen sin aliento. Sin embargo, muchas veces olvidamos que el poder más transformador y profundo del Señor es aquel que actúa en silencio, moldeando el carácter, renovando la mente y santificando el corazón.
Dios no solo hace maravillas externas; Él obra milagros en el interior: rompe cadenas de pecado, restaura relaciones rotas, y cambia actitudes arraigadas por años. Que una persona deje de mentir, perdone una ofensa, o comience a hablar con gracia en vez de crítica, no es menos milagroso que la curación de una enfermedad. Es, de hecho, una evidencia de que el Cristo resucitado vive y reina en su corazón.
Este poder no es para ser ocultado. Así como los apóstoles daban testimonio con valentía de Jesús, también tú estás llamado a ser un testigo viviente de lo que Dios ha hecho en tu vida. Tal vez no tengas un púlpito ni un micrófono, pero tienes una historia. Y cada palabra tuya, cada gesto de amor, cada decisión piadosa en lo cotidiano, puede ser una chispa del cielo que encienda la fe en otros.
Pídele hoy al Señor que te transforme de tal manera que otros no puedan negar que Él vive. Porque cuando Él se manifiesta en ti, muchos llegarán a conocer al Salvador.
Señor, hoy me rindo ante Ti. Renuncio a mis propios planes, mis deseos y mis metas personales, y te entrego todo lo que soy. Enséñame a servir a los demás como Tú me has servido, con amor y entrega. Que mi vida refleje tu propósito, y que mi obediencia no dependa del costo, sino del amor que tengo por Ti. En el nombre de Jesús, Amén.