Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Hebreos 11:1
Muchas personas entienden la fe desde una perspectiva humana. Mientras todo marcha bien —el trabajo, la familia, la salud— se sienten llenas de esperanza. Pero cuando las cosas comienzan a tambalearse, su confianza se desvanece. Y es comprensible: en un mundo donde nada es verdaderamente estable, las dudas fácilmente se instalan en el corazón. Sin embargo, la fe verdadera no se fundamenta en lo que se ve, ni en lo que poseemos, ni en lo que sentimos.
La fe que Dios desea para nosotros está anclada en algo mucho más sólido: la verdad inmutable de Cristo y el reino eterno del cual somos herederos por medio de Él. Pase lo que pase hoy, puedes tener esperanza, porque Jesús vive en ti y Su Espíritu te fortalece, guía, protege y provee. Su fidelidad no cambia con las circunstancias.
Por eso, cuando notes que tu fe comienza a tambalear y sientas que la esperanza se debilita, detente. Examina dónde estás poniendo tu mirada. Si estás enfocado en tus problemas, te sentirás hundido. Pero si vuelves tus ojos a Jesús, encontrarás descanso. Él te da una paz que sobrepasa todo entendimiento, porque no depende de lo visible, sino de Su soberanía. Él tiene el control, y en Su amor, todo termina obrando para bien.
Señor, enséñame a vivir con los ojos puestos en Ti y no en las circunstancias. Cuando mi fe se debilite, recuérdame que en Ti tengo una esperanza firme e inquebrantable. Gracias por darme paz en medio de la tormenta y por recordarme que Tú siempre estás obrando, aun cuando no lo vea. Fortalece mi fe y ayúdame a confiar en Tu perfecto plan. En el nombre de Jesús, Amén.