Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, Y no dejes la enseñanza de tu madre. Proverbios 6:20
¿Has considerado alguna vez el hecho de que desde el principio de los tiempos, el Padre estaba preparando Su plan perfecto y orquestando diligentemente todos los detalles del mismo para que pudieras convertirte en Su hijo? Por eso envió a Jesús en su increíble misión. Completamente Dios y completamente Hombre, Cristo dejó Su hogar en el cielo para ser el cordero final, asi constituirse en el sacrificio perfecto que llenaría totalmente el requisito de Dios, del derramamiento de sangre para la remisión de los pecados. Y la obediencia de Jesús hasta la muerte te abrió el camino para unirte a Su familia.
Debido a Jesús, se te ha dado el privilegio de ser adoptado como hijo de Dios y de ser coheredero con Cristo. Piensa en eso por un momento. El Dios del universo, el Creador de todo y de todos, el infinito Rey de reyes y Señor de señores, que es todopoderoso y omnisciente, llegó tan lejos para tener una relación contigo. Y lo hizo a pesar de todas tus faltas, defectos y temores (Romanos 5:8). Además, esta nueva relación que tienes con Él es muy especial. Romanos 8:15 afirma: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” La adopción era un asunto muy serio en la antigüedad. Un padre podía renunciar a un hijo natural, pero por ley, uno que había sido adoptado pertenecía a la familia para siempre. Por eso nunca debemos temer: nuestra relación con el Padre es permanente.
Por lo tanto, hermano y hermana que lees estas líneas, nunca temas acercarte a tu amoroso Padre celestial para que te guíe. Puedes confiar en Su seguro cuidado, protección y provisión. Porque Aquel que te salva seguramente hará cualquier cosa por ti, así que siempre puedes confiar en la manera en que El te dirige.
Padre, gracias por adoptarme, amarme y proveer tanto para mí. Estoy asombrado de Tu gracia, que a pesar de mis imperfecciones, me acogiste en Tu familia. Confío en Ti en cada paso que doy, sabiendo que Tu cuidado por mí es inagotable. Ayúdame a descansar en Tu amor y a buscar Tu guía con confianza. Gracias por la seguridad eterna que tengo en Ti, y que pueda reflejar ese amor y confianza en todo lo que hago. Te alabo por Tu provisión y fidelidad. En El Nombre de Jesús, Amén.