Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien. Salmo 139:14
¿Sientes a menudo que te quedas corto en algún objetivo que te has propuesto? ¿Te castigas a ti mismo, diciéndote constantemente que no eres digno? ¿Te criticas, incluso en aspectos en los que los demás te hacen cumplidos? Cada uno de nosotros tiene una biblioteca de recuerdos: lo que nos han dicho y cómo nos hemos sentido a lo largo de nuestra vida. Nos demos cuenta o no, estos recuerdos afectan significativamente a nuestra autopercepción y a nuestras respuestas ante diversas situaciones.
Cuando experimentas sentimientos de inutilidad, puede deberse a sucesos del pasado que dejaron una huella duradera en Ti. Piensa en lo siguiente: ¿Ocurrió algo en tu juventud que te hizo sentirte avergonzado o indigno? ¿Alguna vez te sentiste avergonzado por tu aspecto, inteligencia o habilidades? ¿Te preocupaba que nadie te quisiera o te respetara? Comprender el origen de estos sentimientos es el primer paso hacia la curación. Con este entendimiento de lo que sucede dentro de ti, podrías, sin dudas, renovar tu mente con esta verdad innegable: Eres un hijo completamente digno de Dios.
El Salvador lo sacrificó todo para establecer una relación contigo, incluida Su muerte en la cruz del Calvario (Romanos 8:31-32). Romanos 5:8 afirma: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Incluso cuando no podías hacer nada para agradar al Padre, Él te amó incondicionalmente. Su cuidado por ti está basado en quien eres, Su hijo, a quien Él ha querido redimir.
El Señor es el único que posee una visión sin restricciones de tu verdadero valor por dentro. A sus ojos, eres «una criatura maravillosa» (Salmo 139:14), absolutamente digna de amor y respeto. Por lo tanto, deja a un lado los recuerdos negativos de tu pasado, y abraza esta verdad.
Padre, gracias por hacerme digno. Cuando surjan sentimientos negativos, concédeme comprender su origen para que pueda contrarrestarlos con Tu verdad, que es lo que realmente vale al final. En El Nombre de Jesús, Amén.