Y dijo David a Abigail: Bendito sea Jehová Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontrases. Y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre, y a vengarme por mi propia mano. 1 Samuel 25:32-33
David estaba furioso. Él y sus hombres habían protegido a los pastores y rebaños de un hombre rico llamado Nabal y los habían tratado con honor. Pero cuando los hombres de David pidieron comida, Nabal, descrito como “rudo y malvado en sus tratos” (1 Samuel 25:3), se negó groseramente y los insultó. Enfurecido, David ordenó a sus hombres: “Cada uno de vosotros ciña su espada” (1 Samuel 25:13). Su ira casi lo llevó al derramamiento de sangre.
Sin embargo, Dios intervino a través de la sabia y piadosa esposa de Nabal, Abigail. Con humildad y discernimiento, calmó a David y le impidió cometer un grave error, un acto que podría haber empañado su futuro como rey. Este momento sirve como un recordatorio de cuán misericordiosamente Dios interviene para mantenernos alejados del pecado. Cuando estamos heridos, la ira puede empujarnos a tomar represalias, pero el Señor a menudo nos brinda una vía de escape, susurrando sobre las dolorosas consecuencias que se avecinan.
Tu Salvador es fiel para protegerte, incluso de ti mismo. Él hace un esfuerzo adicional para evitar que tropieces. Entonces, cuando sientas la atracción hacia la venganza o las acciones contrarias a Su voluntad, acude rápidamente a Él. Pídele al Señor que intervenga, que calme tu espíritu y que redirija tus pasos hacia la paz.
Señor, gracias por intervenir cuando mi enojo o dolor me tienta a actuar fuera de Tu voluntad. Enséñame a hacer una pausa y escuchar Tu Espíritu antes de responder. Rodéame de Tu sabiduría, como hiciste con David a través de Abigail, y recuérdame las consecuencias de la venganza. Ayúdame a confiar en Ti para defenderme y hacer justicia a Tu manera perfecta. Mantenme caminando en paz y rectitud. En el nombre de Jesús, Amén.