El impío es enredado en la prevaricación de sus labios; Mas el justo saldrá de la tribulación (Proverbios 12:13)
¿Te enfrentas hoy a una prueba devastadora? ¿Te quedas despierto por la noche, preguntándote, Padre, qué voy a hacer? No sé cómo seguir adelante. ¿Te dominan el dolor y el vacío causados por tus problemas? En esos momentos, una persona puede sentirse muy sola e impotente. Sentimos que nadie entiende lo que estamos experimentando. El dolor es tan profundo y las inseguridades pueden ser tan abrumadoras que dudamos que alguien se haya sentido alguna vez tan insignificante o tan bajo como nosotros. Sin embargo, no estamos solos. En realidad, nunca lo estamos.
Tampoco lo estaba Daniel. Había sido acusado injustamente (Daniel 6). Sus enemigos habían engañado al rey Darío para que lo castigara por adorar a Dios, y la sentencia era la muerte a manos de leones. Pero a pesar de sus terribles circunstancias, Daniel mantuvo sus ojos fijos en el Señor y se salvó milagrosamente.
Lo mismo puede ocurrirte a ti. Como Daniel, si quieres ganar las batallas que experimentas, debes lucharlas de rodillas a solas con Dios. No discutas ni te defiendas. Permanece fiel a Él, y Él te protegerá. Mantén tus ojos en el Padre, en lugar de en cualquier situación que pueda surgir, y Él te llevará a la victoria.
Así que hoy, tómate un tiempo para leer la historia de Daniel 6 y luego aférrate a tu Padre celestial. Lucha esta batalla de rodillas, no con tus armas, estrategias o recursos, sino con fe en Dios. Confíale tus dudas y dificultades. Invita al Señor a ser tu Redentor, Defensor, General, Domador de Leones y Protector. No es sólo la mejor manera de ganar; es el camino más maravilloso y eterno para triunfar siempre.
Señor, no sé qué hacer, pero mis ojos están puestos en Ti. Proporcióname una vía de escape y guíame por el camino de la victoria. Sé que los que confían en Ti nunca quedan decepcionados. Ayúdame a descansar en Tu fidelidad y a creer que me librarás, como hiciste con Daniel. Enséñame a luchar con fe y oración, sabiendo que Tú eres mi Protector. Gracias por ser mi Redentor, mi Defensor y mi Fuente de fortaleza en cada batalla que enfrento. Confío plenamente en Ti, sabiendo que, en tus tiempos perfectos, me llevarás a la victoria. En El Nombre de Jesús, Amén.