En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia. (Efesios 1:7-8)
Pablo tenía dos objetivos para Timoteo, y son los mismos que se aplican a nosotros: que seamos fuertes y que nos arriesguemos a causar un impacto. Uno es para nuestro carácter espiritual. El otro es para nuestras acciones por Cristo. Uno es el ser; el otro es el hacer. Cuando ambos se unen, tenemos un poderoso testimonio para él.
Para mantenernos centrados como hombres de Dios, debemos aprovechar la fuerza de la gracia de Dios. Escogiendo cuidadosamente su estrategia, Pablo le dio a Timoteo el secreto para dar un testimonio duradero de Jesucristo. Lo que nos salvó es también lo que nos sostiene como hombres de Dios. Si nos centramos en el amor y el perdón que se nos dio, nos volvemos imparables para Dios. No hay dudas, ni miedo, ni arrepentimiento. Ninguna opinión o pensamiento orgulloso puede dominar nuestro testimonio. Su influencia sobre nosotros es demasiado fuerte.
El poder está en la gracia. Pero la zona de impacto de este poder interno está diseñada para explotar hacia afuera en el ministerio. Pablo conecta directamente la ojiva de diez megatones de la gracia en el corazón del hombre de Dios con ese deseo natural en nosotros de ver a otros experimentar, entender y vivir en esa misma gracia. Más específicamente, esto significa que todos nosotros estamos obligados a “pagarlo” compartiendo nuestra fe y haciendo discípulos. Y al hacerlo, ¡el hombre de Dios se vuelve radiante! Para Timoteo, esta instrucción era una extensión natural del modelo magistral que Pablo le había dado como receptor y agente de la gracia.
Tú tienes Su gracia, haz que otros se contagien de ella.
Gracias Padre por prodigar tu gracia en mí.