He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres. (Génesis 28:15)
Jesús te escucha. Puede que otros no lo hagan, puede que te sientas incomprendido o solo, pero el Señor inclina Su oído a tus susurros más débiles, a los pensamientos que nadie ve, a las lágrimas que escapan sin que puedas explicarlas. Él, tu amoroso Padre celestial, está cerca. No es indiferente a tu dolor ni ajeno a tu aflicción. Al contrario: se inclina con ternura para consolarte.
A lo largo de toda la Escritura, vemos cómo Dios aseguró su presencia a aquellos que enfrentaban pruebas difíciles. A Abraham, a Jacob, a Moisés, a Josué, a Jeremías… a todos ellos les dijo una frase que todavía hoy sigue siendo bálsamo para el alma: «Yo estoy contigo» (Génesis 26:24; Isaías 41:10; Jeremías 1:8; Hageo 1:13; Mateo 28:20; Hechos 18:10).
Estaban asustados, confundidos, en medio de incertidumbres… y lo mismo puede estar pasándote a ti. Pero esa misma presencia que fortaleció a los suyos ayer, es la que está contigo hoy. Dios no cambia. Él sigue siendo el mismo: fiel, bondadoso, misericordioso. Él te cuida con amor eterno y guarda cada uno de tus pasos.
Él conoce lo que necesitas. Y muchas veces, lo que más anhelas no es una solución inmediata, sino Su presencia. Búscale. Aun en el silencio de tu habitación, aun sin palabras, acércate a Él con un corazón sincero. Puede hablarte a través de Su Palabra, del susurro de Su Espíritu, de la paz que inunda cuando sabes que no estás solo.
Él prometió: «No te dejaré, ni te desampararé.» Y su promesa permanece firme.
Señor, gracias por estar conmigo en cada paso del camino. Cuando el miedo me nuble, cuando la soledad me abrume, cuando mis fuerzas se agoten, recuérdame que Tú estás aquí. Que nunca me dejas solo. Que tus brazos me sostienen aun cuando siento que no puedo más. Te entrego mis cargas, mis pensamientos, mis ansiedades… y recibo tu paz. Háblame, Señor. Lléname con tu Espíritu. Que mi alma descanse en Ti. En el nombre de Jesús, Amén.
