Del fruto de la boca del hombre se llenará su vientre; Se saciará del producto de sus labios. La muerte y la vida están en poder de la lengua, Y el que la ama comerá de sus frutos. Proverbios 18:20-21
Dicen que la alabanza es el desbordamiento del corazón humano, sin embargo, muchos de nosotros nos encontramos fallando en exaltar a Dios regularmente. ¿A qué se debe esto? Consideremos la historia del encuentro de Jesús con la mujer samaritana (Juan 4:5-42). Ella estaba realizando sus tareas cotidianas cuando el Mesías se le acercó. Imagínese su asombro cuando le reveló su identidad. Sin embargo, en lugar de alabarle inmediatamente, corrió de vuelta a la ciudad, preguntando: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?”. (v. 29). Su respuesta inicial no fue de alabanza directa, sino de curiosidad y asombro.
¿Qué podemos aprender de este momento? Para cultivar un corazón de alabanza, debemos prepararnos para reconocer y alegrarnos de la obra del Señor en nuestras vidas. El primer paso es conocer la verdad: la ignorancia de la Palabra de Dios a menudo impide la alabanza genuina. Cuando nos damos cuenta de cómo Dios responde a nuestras oraciones y cumple sus promesas, la alabanza se convierte en una respuesta natural. En segundo lugar, necesitamos esperar Su intervención con el espíritu correcto. Esto implica someternos a Jesús, arrepentirnos del pecado y renovar nuestra mente para que estemos libres de falsas creencias y en sintonía con Su voluntad (Romanos 12:2). Por último, debemos expulsar el miedo. El miedo nos impide confiar en el cuidado y la provisión de Dios. Sin embargo, Isaías 41:10 nos asegura que no debemos temer, porque Dios siempre está con nosotros, brindándonos consuelo y fortaleza.
Si hay algo que obstaculiza tu adoración hoy, pídele al Señor que te lo revele. Responde con fe y deja que Él se entronice en tus alabanzas, como nos recuerda el Salmo 22:3. Abre tu corazón y alábale. Abre tu corazón y alábale libremente, porque Él es digno.
Señor, Tú eres mi Dios, y anhelo alabarte con un corazón libre de temor, duda y distracción. Ayúdame a conocer profundamente Tu verdad para que pueda ver Tu obra en mi vida y glorificarte por todo lo que has hecho. Renueva mi mente y lléname de Tu Espíritu, para que mis labios rebosen de gratitud y mi corazón se regocije en Tu constante presencia. Rompe cualquier barrera que impida mi adoración, y guíame hacia una vida de alabanza de todo corazón. Gracias por estar siempre conmigo. En El Nombre de Jesús, Amén.