Escucha:
“Decía además: Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo” (Marcos 4:26-27)
Piensa:
Jesús comparó el reino de Dios con la siembra y la cosecha. Es un concepto sencillo de asimilar, uno que todos podemos entender. Entonces, ¿por qué no estamos todos recogiendo una cosecha abundante cada temporada? Porque nos la pasamos esperando que Dios haga todo el trabajo.
Él no actúa de esa manera. Él colabora contigo, pero no lo hace todo. Hay algunas cosas que necesitas hacer por fe si quieres recoger una buena cosecha en el tiempo de la siega.
Primero, debes sembrar por fe la semilla de la Palabra con la esperanza de que crezca. Luego, debes regar la semilla. Riégalas todos los días con alabanza y con el agua espiritual de la Palabra. Y por último, tienes que ¡arrancar la maleza! Cuando la mala hierba del rencor, la duda, el temor, el desaliento (y toda la basura que el diablo trata de sembrar en tu cosecha) quieran entrar, arráncalas. Éstas ahogarán la Palabra.
Eso requerirá que seas diligente. Nadie más lo hará por ti. Cuando la mala hierba empiece a brotar, ¡elimínala! No le des lugar en tu terreno ni por unos instantes. No te conformes con una flor silvestre cuando puedes tener lo mejor—¡lo mejor de Dios!
No te quedes con los brazos cruzados esperando que Dios sea quien produzca tu cosecha. Comienza sembrándola. Empieza a vigilar tu tierra (tu corazón y tu mente) para mantenerla húmeda con el agua de la Palabra y libre de toda maleza.
Comprométete a cumplir tu parte y confía en que Dios hará la Suya. ¡Experimentarás una cosecha sobreabundante esta misma temporada!
Ora:
Señor, Tú que eres el dueño de mi fe, continúa nutriéndome y cultivando en mí el carácter de la persona que obra conforme a Tu Palabra, de manera que pueda cosechar las grandiosas bendiciones que tienes destinadas para todos aquellos que te siguen con fidelidad. Amén.