Escucha:
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:22-24)
Piensa:
A veces la rutina puede hacernos sentir agotados, sin fuerzas, sin la motivación necesaria para dar lo mejor de nosotros en la realidad en la que el Señor nos ha puesto. Sin embargo es importante recordar que cualquier lugar en el que nos encontremos, es un buen lugar para glorificar a Dios con nuestras acciones.
Las escrituras de hoy, son una reafirmación de esa verdad. Si pensamos en que el fruto de aquello que hacemos, puede ser la mejor muestra de lo que entregamos a Dios, nos encontraremos siempre dispuestos a rendirle nuestros mejores frutos.
Se trata de cambiar la perspectiva y enfrentar cada obligación que tengamos, sin importar lo rutinaria, sencilla o humilde que sea pidiendole al Señor que la bendiga y la use para sus propósitos de bien. Asi, cada actividad se transformará en una labor sagrada con consecuencias invisibles y eternas.
Elevar nuestras manos en oración glorificará grandemente a Dios, pero también cada una de las acciones que emprendamos siempre hechas desde el corazón y sustentandos en la roca de la Palabra. No olvidemos la lección: cualquier tarea hecha para el Señor será significativa y nos traerá el mayor de los gozos.
¡Vayamos con cada gesto, con cada palabra, reflejando el amor de Dios en nuestro Corazón!
Ora:
Señor, te ofrezco los frutos de cada tarea que haga, actuando siempre bajo tu bendición y persiguiendo los propósitos que tienes para mí. Permíteme servirte y glorificarte con mi mejor esfuerzo, desde donde me encuentro hoy, recordando que cada acción hecha para tu gloria será mi mayor bendición. Amén.