Escucha:
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:23-24)
Piensa:
Estoy seguro de que por lo menos una vez, cuando eras niño, algún adulto a tu alrededor trató de incentivarte a hacer lo correcto, a cambio de alguna recompensa. Comerte todo el almuerzo por un dulce, ofrecerte un paseo si tomabas tus medicinas o traer a alguno de tus pequeños amigos, si terminabas tu tarea. Éramos programados a realizar la acción correcta por el premio deseado.
Cuando maduramos, podemos de alguna forma, mantener de manera inconsciente esa actitud y esperar con ansias algún tipo de recompensa que consideramos debe llegar, como producto de nuestras buenas acciones. Incluso, podemos hasta frustrarnos por pensar que aun haciendo todo lo correcto, no obtenemos los fines esperados.
Como cristianos debemos estar al tanto de que nuestra recompensa llegará algún día, pero que ella no debe ser la razón principal que motive nuestras vidas y guíe nuestro obrar. En 2 Corintios 5:10 la palabra nos enseña que cada quién recibirá “según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. Por ello el principal deseo de nuestro corazón debe apuntar a servir a Dios, con amor, fe y gratitud.
Cuando somos dignos del privilegio de ser aceptados como hijos de Dios, nuestra primera intención debe ser glorificarlo, por el amor que día a día derrama sobre nosotros. Luego nuestro objetivo debe ser, servirle en fe con los más puros motivos, para agradecer ese premio mayor que nos fue otorgado: Contar siempre con su presencia en nuestras vidas.
Ora:
Señor, te agradezco el premio de tu compañía en cada día de mi existencia. Guíame a honrarte y a rendirte honor con mis acciones y palabras, porque mi gran motivo es servirte, amarte y glorificarte siempre. Amén.