Escucha:
“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 11:19-20)
Piensa:
El primer trabajo que desempeñé, fue de jornalero a los 16 años, en la siembra de tomates de mi tío. Era un trabajo duro, pero reconfortante en la naturaleza, más aún tomando en cuenta, las valiosas reflexiones, que él, como hombre experimentado nos dejaba.
Mi tío, Constantemente alardeaba de tener los mejores tomates de la región y comentaba: “Hijo, las personas creen que el secreto está en mis semillas, que claro son de alta calidad; sin embargo sin el terreno correcto que las fecunde y aproveche de ellas su alto potencial, el resultado no sería el mismo“
En la parábola del sembrador (Mateo 13:3-8), vemos como Jesús, con inigualable sabiduría, propia del maravilloso maestro que era, ilustró a sus discípulos, sobre las diferentes actitudes de las personas ante la palabra de Dios, comparándolas con los diferentes tipos de terrenos y semillas con las que el sembrador laboraba.
Alguas semillas fueron devoradas por las aves, otras ahogadas por las hierbas malas de la tierra, un grupo de ellas pudo brotar casi de manera inmediata, pero ante la falta de tierra mermaron en su desarrollo. No obstante, una de las semillas cayó en tierra buena y como dicta la escritura: “dio fruto, cuál a ciento, cuál a sensenta y cuál a treinta por uno”
De esta grandiosa reflexión de Jesús, surge la necesidad de preguntarse: ¿Qué clase de terreno soy? ¿Doy fruto con mis acciones a la semilla de amor, esperaza y paz, que el Señor ha plantado en mí? ¿Fecundo su semilla, cumpliendo su palabra y aplicándola diariamente a mi vida?. Busquemos en nuestras respuestas el camino para que crezca en abundancia la palabra del Señor en nuestro corazón. Que su semilla se haga fruto abundante, siendo para ello nosotros, la tierra fértil en la que su amor y misericordia, crezcan.
Ora:
Señor, Dame la sadiduría para entender en toda su dimensión, las enseñanzas y principios de tu palabra. Guíame a actuar cada día más conforme a ella, para ser terreno fértil, en el que se gesten los frutos de la semilla de amor, compasión, esperanza y misericordia, que has plantado en mi corazón. Amén.