Así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. Juan 10:15
Seguramente has oído hablar de personas que arriesgaron su vida para salvar a otros. En momentos críticos, dejaron de lado su seguridad y su futuro por dar a alguien más una oportunidad de vivir. Esos actos de sacrificio nos conmueven profundamente.
Sin embargo, ningún sacrificio humano se compara con el amor que Jesús demostró al entregar Su vida por nosotros. Él dejó a un lado la gloria y el honor que le correspondían como Hijo de Dios para hacerse hombre (Filipenses 2:6-8). Lo hizo por amor, para ofrecer perdón por nuestros pecados y para comprender lo que significa ser humano. Su propósito fue romper el poder del pecado, esa barrera que nos separa del amor del Padre.
El pecado impide que el amor de Dios fluya libremente en nuestras vidas. Antes de conocer a Cristo, nuestras faltas nos mantenían alejados de Él; y aun después de haber sido redimidos, el pecado no confesado puede obstaculizar nuestra intimidad con el Señor. Pero Jesús no nos rechaza. Él espera que dejemos de resistir Su amor y le entreguemos por completo esas áreas quebrantadas de nuestro corazón.
Hoy, el Señor te invita a dejar de luchar y rendirte ante Él. No para perder, sino para ganar verdadera libertad. Cuando entregas tu vida a Aquel que ya la dio por ti, descubres que en Su entrega está tu paz, tu perdón y tu propósito.
Reflexión:
¿Qué áreas de tu vida necesitas rendir a Cristo hoy? Recuerda: Jesús no te pide perfección, sino entrega.
Señor, gracias por haber entregado Tu vida por mí. Hoy quiero rendir la mía ante Ti. Toma mi corazón, mi pasado y mis luchas, y úsalo todo para Tu gloria. En Ti encuentro mi verdadera libertad. En El Nombre de Jesús, Amén.