Pero yo cantaré de tu poder, y alabaré de mañana tu misericordia; porque has sido mi amparo y refugio en el día de mi angustia. Salmos 59:16
Expulsado de su hogar y separado de todo lo que conocía, David —quien había sido ungido por Dios para ser el futuro rey de Israel— tuvo que huir por su vida. Humanamente, nada de eso tenía sentido. El rey Saúl, quien debía ser su mentor y protector, lo perseguía con celos y furia. Durante años, David vivió como un fugitivo, apartado de su familia y de todo lo que amaba. Muchos de los que lo ayudaban corrían peligro, y algunos incluso fueron asesinados. Sus únicos compañeros eran hombres que estaban “angustiados, endeudados o amargados de espíritu” (1 Samuel 22:2).
Sin embargo, en medio de ese caos, David encontraba la manera de despertar cada mañana con alabanza en sus labios. Desde joven, en los campos cuidando ovejas, había aprendido a cantar y componer himnos para Dios, y en su huida esas canciones se convirtieron en su refugio. Esos himnos —que hoy forman gran parte del libro de los Salmos— mantenían viva en él la conciencia de la cercanía, protección y liberación del Señor.
Si David se hubiera enfocado en sus circunstancias, habría caído en la desesperanza. Pero eligió concentrarse en Dios, en Su fidelidad y en Sus promesas. Fue esa mirada puesta en el Señor la que le dio la fuerza para perseverar y seguir honrándolo en todo lo que hacía.
Señor, cuando las circunstancias me abrumen, ayúdame a mantener mi mirada fija en Ti. Que mi corazón no se llene de miedo ni desaliento, sino de fe y alabanza. Recuérdame que Tú eres mi refugio y fortaleza en medio de la angustia, y que Tus promesas siempre se cumplen. En el Nombre de Jesús, Amén.