Y llamó el nombre del segundo, Efraín;[a] porque dijo: Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción. Génesis 41:52
La vida de José estuvo marcada por dificultades: traicionado por sus hermanos, vendido como esclavo, acusado falsamente y encarcelado durante trece años. Sin embargo, cuando Dios lo elevó a convertirse en el segundo hombre más poderoso de Egipto, José no se centró en el dolor de su pasado. Llamó a su segundo hijo Efraín, que significa “dos veces fructífero”, reconociendo que su sufrimiento había sido la tierra de la que Dios dio fruto. Él se convirtió en el hombre que Dios lo diseñó para ser a través de sus aflicciones, no a pesar de ellas.
Cuando José se enfrentó más tarde a los hermanos que lo habían traicionado, dijo con gracia y fe: “Vosotros pensasteis mal contra mí, pero Dios lo quiso para bien” (Génesis 50:20). Él los perdonó y dio gloria a Dios por transformar lo que estaba destinado a ser dañino en bendición.
Todos tenemos cicatrices, recordatorios de heridas infligidas por otros o de nuestros propios errores. A menudo intentamos olvidarlas, suprimirlas u ocultarlas. Sin embargo, si entregamos nuestro dolor a Dios, Él lo usará para profundizar nuestra fe y moldear nuestro carácter. Como José, podemos abrazar nuestra “tierra de aflicción” como el lugar donde Dios produce frutos para Su gloria.
Padre, gracias porque puedes convertir cada dificultad en una oportunidad de crecimiento. Ayúdame a no desperdiciar mi sufrimiento, sino a ver Tu propósito en él. Enséñame a confiar en que estás trabajando todas las cosas juntas para bien, incluso cuando no puedo verlo. Que mi dolor produzca frutos que te glorifiquen. En el nombre de Jesús, Amén.