Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Salmos 110:1
Entre todas las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, esta es la más citada en el Nuevo Testamento. Su prominencia no es casual: refleja la importancia que Jesús mismo le dio. En los últimos días de su ministerio público, cuando la cruz estaba cada vez más cerca, Jesús usó este pasaje para silenciar a sus adversarios. Ellos le hacían preguntas para atraparlo, pero Él les respondió con una pregunta que desbarató su teología, y parafraseando al Señor les dijo:
Enseñando Jesús en el templo, decía: ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? … David mismo le llama Señor; ¿cómo, pues, es su hijo? Y gran multitud del pueblo le oía de buena gana. Marcos 12:35-37
Los líderes religiosos quedaron sin palabras. Para ellos, el Mesías sería un nuevo David, un rey terrenal que restauraría el poder de Israel. No podían imaginar que el Mesías prometido fuera a la vez Hijo de David y Señor de David: el Rey eterno, divino y humano.
Aún hoy, muchos aceptan a Jesús como un gran maestro, un profeta o el mejor hombre que haya vivido. Pero llamarlo solo un maestro es ignorar sus afirmaciones más profundas. Jesús no dejó la opción de considerarlo simplemente “bueno”: o es quien dijo ser —el Señor, el Mesías, Dios hecho hombre— o no es nada.
Cuando lo reconocemos como Señor, como el Señor de David y nuestro Señor, no queda más que adorarle y rendirle nuestras vidas. Ahí encontramos la verdadera respuesta y la verdadera esperanza.
Padre, ayúdame a esperarte con fe y paciencia. Que no tema de nada de lo que pueda llegar a mi camino, sabiendo que si voy de Tu mano, ninguna fuerza maligna puede derrumbarme, pues te tengo a mi lado para sostenerme y retomar siempre los pasos correctos. Por ello, protege mi corazón de la impaciencia y evita que busque soluciones apresuradas. Enséñame a confiar en Tu tiempo y a descansar en Tu obra mientras espero. Que mi esperanza siempre provenga de Ti. En El Nombre de Jesús, Amén.