Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve? Génesis 16:13
En un mundo lleno de ruido y voces que se multiplican, es fácil sentirse invisible. La gente puede amarnos, pero ¿realmente comprenden la profundidad de nuestros sacrificios o los motivos de nuestro corazón? Muchas veces, la respuesta se siente como un solitario no.
Así debió sentirse Hagar. Entregada al esposo de su señora Sarai para dar a luz un hijo, no encontró gratitud, sino celos y maltrato. Abrumada y desesperada, huyó al desierto, sola en un lugar implacable y hostil.
Pero en su momento más oscuro, Dios la vio. Habló promesas sobre su vida y aseguró la bendición de su hijo. Asombrada, declaró: “Tú eres el Dios que me ve.” Sus lágrimas no pasaron desapercibidas, y tampoco las tuyas. El Señor conoce tu situación, tus luchas y el dolor que cargas. Ve tus esfuerzos, tu sacrificio y tu amor por Él.
No te rindas. Le importas profundamente al Dios que ve cada detalle de tu vida. Confía en Él, levántate y sigue adelante, porque Sus ojos están puestos en ti y Su corazón late por ti.
Señor, gracias por ser el Dios que me ve. Conoces mis luchas, mi dolor y mis necesidades más profundas. Ayúdame a recordar que nunca soy invisible para Ti. Fortalece mi corazón cuando me sienta solo o ignorado, y recuérdame que cada acto hecho por amor a Ti tiene valor. Confío en Tu cuidado y sigo adelante con fe, sabiendo que Tus ojos y Tu corazón me acompañan. En el nombre de Jesús, Amén.