Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, Y en tu ley lo instruyes. (Salmos 94:12)
Cuando todo parece ir bien, cuando las circunstancias son favorables, el crecimiento espiritual puede pasar desapercibido. Sin embargo, es en la adversidad donde encontramos al Maestro más sabio, quien nos enseña de una manera que solo Él puede hacerlo. En medio de las dificultades, aprendemos que Dios es bueno, fiel, misericordioso, soberano, generoso y lleno de compasión. Su amor no depende de nuestras acciones; es incondicional. Cuando permitimos que nuestras luchas nos conduzcan hacia Él, encontramos en Su abrazo el refugio, la fortaleza y la sanación que necesitamos.
Así que, cuando enfrentes dificultades, deja que ellas te empujen a acercarte más a tu Salvador. Él nunca te decepcionará, nunca te condenará, nunca te fallará. Las pruebas son una invitación para acercarte, escuchar y aprender más de Él.
Pero no solo la adversidad nos revela a Dios; también nos revela a nosotros mismos. Es en los momentos difíciles donde se pone al descubierto nuestro verdadero carácter y la madurez espiritual que hemos alcanzado. La adversidad puede destapar el orgullo, la falsa confianza y hasta los resentimientos que llevamos dentro, ya sea hacia otras personas o incluso hacia Dios. Si tomamos estos momentos con humildad, podemos salir de ellos más fortalecidos y refinados.
La adversidad nos invita a reflexionar sobre lo que realmente valoramos. ¿Está nuestro enfoque alineado con lo que Dios valora? Nos desafía a dejar de mirarnos a nosotros mismos y volver nuestra mirada a Él, quien nos enseña, nos disciplina y nos ama perfectamente.
Padre, gracias por usar las dificultades para enseñarme y moldearme. En medio de las pruebas, ayúdame a ver Tu bondad y a confiar en Tu propósito. Revela cualquier orgullo o amargura en mi corazón y permite que cada dificultad me acerque más a Ti. Gracias por Tu amor disciplinario. Enséñame a valorar lo que Tú valoras y a aferrarme a Ti siempre. En el nombre de Jesús, Amén.
