Para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí. Colosenses 1:29
Al servir al Señor, es natural que surja la pregunta: “¿Cuál es mi parte y cuál es la de Dios cuando se trata de la fuerza para cumplir mi llamado?” El apóstol Pablo se enfrentó a este mismo dilema. Era incansable: predicaba, enseñaba, evangelizaba, corregía falsos maestros y además trabajaba como fabricante de tiendas para sostenerse. Y, sin embargo, no se agotaba. ¿Cómo lo lograba?
La clave estaba en su enfoque. Pablo ponía todo su esfuerzo, sí, pero nunca consideraba su ministerio como una empresa solitaria. Sabía que en todo lo que hacía, la fuerza verdadera provenía del poder de Cristo que obraba en él. Su esfuerzo humano estaba respaldado por una fuente divina inagotable.
Lo mismo sucede contigo. Dios espera que actúes con diligencia: ora, investiga, planifica, prepárate y obedece cada una de Sus indicaciones. Pero también debes comprender que no estás solo. Hay una fuerza superior que actúa contigo. En las áreas que escapan a tu control, Su poder se perfecciona. Su sabiduría, amor y gracia te acompañan en cada paso.
Haz tu parte con excelencia y fe, y confía en que el resultado está en las manos de Aquel que nunca falla. Él completará lo que tú no puedes.
Señor, gracias por darme la fuerza y la guía necesarias para cumplir Tu voluntad. Ayúdame a esforzarme con todo mi corazón, pero también a confiar plenamente en Tu poder que actúa en mí. Enséñame a depender de Ti en todo momento y a descansar en la seguridad de que Tú harás lo que yo no puedo. Que todo lo que haga sea para Tu gloria. En el nombre de Jesús, Amén.