Mis huidas tú has contado; Pon mis lágrimas en tu redoma; ¿No están ellas en tu libro? Salmos 56:8
Dios ve cada lágrima que desciende por tu rostro y recuerda cada una de ellas. Así de profundamente se interesa por ti. Él entiende que esas lágrimas no son simples gotas de tristeza, sino expresiones silenciosas de un corazón que anhela ser escuchado, abrazado y comprendido. Tal vez nadie sepa cuántas noches has llorado en silencio, escondida bajo las sábanas, deseando que el dolor se disipe. Pero tu Padre celestial sí lo sabe. Él ha estado contigo en cada momento, recogiendo con ternura cada lágrima y escuchando los suspiros más profundos y privados de tu alma.
Dios te conoce a ti, mujer valiente. Conoce tus luchas, tus pensamientos más íntimos, los pesos que te cuesta llevar. Él ve tu esfuerzo diario, tu cansancio oculto, y también comprende el impacto que este desafío presente está teniendo en tu interior. Pero no te mira con juicio, sino con ternura. Él te acompaña con afecto, hablándole a tu corazón de forma personal, íntima y sanadora.
Por eso, mujer querida, detente un momento. Respira. Y escúchale. Él te dice que te ama, que no estás sola y que quiere ser tu refugio. Escucha con el alma abierta. Él quiere tratar contigo con dulzura, acariciar tus heridas más profundas y liberarte de la carga que te oprime. Su amor es real, su cuidado es constante, y su propósito contigo no se ha detenido. Él sabe lo que hace. Confía y déjate sostener.
Padre amoroso, gracias por ver mis lágrimas y entender lo que muchos no logran percibir. Gracias por quedarte a mi lado cuando todo parece oscuro. Hoy me acerco a Ti con un corazón cansado pero dispuesto. Te entrego mi dolor, mis temores y mis vacíos. Ayúdame a escuchar Tu voz suave en medio del ruido de mis emociones. Recuérdame que soy Tu hija, profundamente amada y sostenida por Ti. Restaura mi alma y enséñame a descansar en Tu refugio. En el nombre de Jesús, Amén.