Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne. Romanos 13:14
¡TODOS PODEMOS empezar de nuevo! Por muy lejos que hayamos ascendido, hay algo más alto; y por muy lejos que hayamos caído, siempre es posible empezar de nuevo. Necesitamos ocupar nuestro lugar en la Escuela de Cristo y ser enseñados por Él (Ef_4:20-21).
El «viejo hombre» que debemos «despojarnos» es claramente nuestra antigua forma de vida. Si no lo hemos desechado por completo, hagámoslo ahora mediante un acto inmediato de fe en el Espíritu vivo. No le toma mucho tiempo a un mendigo despojarse de sus harapos y tomar en su lugar un traje nuevo, y no necesita tomar un momento más para despojarse de hábitos y pensamientos, maneras de hablar y de vivir que son indignos de los hijos de Dios. Hazlo ahora, y espera que el Espíritu Santo te siga renovando en el espíritu de tu mente.
Pero más que lo anterior, «vistámonos del hombre nuevo», que es la vida de Jesucristo, ese ideal que es a semejanza de Dios, y que el Señor creó para nosotros por su bendita vida, muerte y resurrección. Pero para poder vivir esta vida necesitamos la ayuda diaria del Espíritu Santo. Él entró en nuestros corazones en el momento de la regeneración, y ha estado con nosotros desde entonces. Puede que no nos hayamos dado cuenta de Su entrada, pero lo creemos por la seguridad de Su Santa Palabra. (1Co_6:19; Rom_8:9; Eph_3:16). Por mi parte, me gusta comenzar cada día, antes de levantar la cabeza de la almohada, diciendo: «Tú estás dentro, oh Espíritu de Cristo, aunque no te siento».
Si el Espíritu Santo no está afligido, dará testimonio de nuestra filiación; entronizará a Cristo como Rey de nuestra vida; mantendrá la vida propia en el lugar de la muerte; nos dará hambre de las cosas de Dios; dará poder para dar testimonio. Para tener una experiencia cristiana fuerte y bendecida, lo primero es procurar no contristar al Espíritu. No creo que podamos contristarlo, pero podemos limitar y restringir grandemente Su obra de gracia por la falta de sinceridad al hablar, por alimentar un espíritu que no perdona, por cualquier tipo de extralimitación o trato fraudulento, por la impureza al hablar, o por fallar en el amor. Podemos estar atados, hasta el punto de no poder mover los brazos, por una serie de hilos de algodón, tan fuertemente como por una fuerte soga. Cuidémonos de no contristarle con tales incoherencias, sino por el contrarlo de alegrarle, regocijarle y glorificarle, con nuestros pensamientos, palabras y actos.
Cumple en mí, oh Señor, los deseos de bondad que has creado en mi corazón, y perfecciona la obra de la fe, para que Jesucristo sea glorificado en mí. En El Nombre de Jesús, Amén.