Lo rindió con la suavidad de sus muchas palabras, Le obligó con la zalamería de sus labios. Al punto se marchó tras ella, Como va el buey al degolladero, Y como el necio a las prisiones para ser castigado. Proverbios 7:21-22
Es peligroso coquetear con el pecado. El joven de este proverbio pasa junto a la casa de una prostituta, tal vez sin intención de relacionarse con ella. Sin embargo, como no fue lo bastante sabio como para evitar acercarse a ella, ella lo atrae.
Lo mismo le ocurrió a David. Sabemos que en una época en la que los reyes debían representar y defender a Su pueblo en batalla, envió a sus tropas por delante y se quedó en Jerusalén. Una noche, mirando hacia la ciudad, vio a una hermosa mujer bañándose. En lugar de apartar inmediatamente la mirada, se detuvo en ella. Sin que sus pensamientos se fijaran en la voluntad de Dios para él, David empezó a pensar en la que le había llamado la atención: Betsabé. Por supuesto, su imaginación se hizo cargo, preguntándose cómo sería una experiencia con ella. Finalmente, su deseo se volvió incontrolable, y sus pies lo llevaron a donde su mente ya había ido: directo al pecado (2 Samuel 11).
Así es como progresa el proceso del pecado: Comienza con un pensamiento, se mueve rápidamente a través de tu imaginación, al deseo incontrolable, al consentimiento. Todo comienza en tu mente, por eso 1 Pedro 1:13-15 advierte, “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”
Hermano y hermana que hoy me escuchas, no caigas en el pecado coqueteando con la tentación. Por el contrario, evoca la sabiduría del Señor, evitándola todo lo que puedas y huyendo de ella antes de que tenga tiempo de arraigarse (2 Timoteo 2:22). La recompensa de vencer con decisión el pecado, será inconmensurable, comenzando con el agrado y la gloria que por obediencia y lealtad, otorgaremos a Nuestro Padre de los Cielos.
Señor, dame la fortaleza y la fe, para que la desesperanza, el miedo o la angustia de una circunstancia difícil que llegue a mi vida, no me derroten. Que recuerde que escuchas el clamor de Tus hijos, y en Tu justicia los salvas y los diriges al tipo de victoria, que mayor fruto rinda a Sus vidas, conforme a Tu maravillosa voluntad de bien. Permíteme renovar mis energías y mi esperanza, con la confianza en esa promesa y verdad, Padre. En El Nombre de Jesús, Te lo pido, Amén.