Ninguno busque su propio bien, sino el del otro. 1 Corintios 10:24
Si llegamos a encontrarnos en una posición de liderazgo, podemos tener la tentación de ver los retos que tenemos por delante como guerras que hay que librar contra enemigos que impedirían nuestro progreso. Sin embargo, eso cambia cuando nos convertimos en hijos de Dios. Como personas que le pertenecen, cuando peleamos nuestras batallas, debemos hacerlo de rodillas en sumisión a Él. Ya no dependemos de nuestras propias armas, estrategias, habilidades o recursos porque nos damos cuenta de lo mucho más eficaces que son los Suyos para alcanzar los objetivos de Su reino. Y Dios es claro: Él no quiere que seamos las promotoras o perpetuadoras de conflictos; Él quiere que seamos pacificadoras. Así que debemos estar de acuerdo en que la batalla pertenece al Señor y permitirle ser nuestro Comandante en Jefe.
David escribió: “Ahora conozco que Jehová salva a su ungido; Lo oirá desde sus santos cielos Con la potencia salvadora de su diestra. Estos confían en carros, y aquellos en caballos; Mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria. Ellos flaquean y caen, Mas nosotros nos levantamos, y estamos en pie.” (Salmo 20:6-8).
Para alcanzar la victoria que Dios ha previsto, debes entregarte plenamente a Él. Esto puede requerir que des un paso al frente en la fe cuando te resulte incómodo o incluso paralizante hacerlo. Puede que tengas que abandonar algunas de tus metas para buscar los objetivos que el Señor tiene para ti. Pero por muy incómodos que te resulten Sus mandatos, obedécele de todos modos. Confía en la dirección del Padre, sabiendo de todo corazón que “todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.” (Romanos 10:11). Él es un General fiel y experto que nunca ha perdido una batalla y no te defraudará.
Señor, no suscitaré conflictos. Te dejaré luchar y confiaré en la victoria, que me entregarás Padre, siempre conforme a Tu voluntad de bien. En El Nombre de Jesús, Amén.