Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Efesios 4:31-32
¿Eres lo suficientemente sabio como para no dejarte consumir por sentimientos de envidia? La Biblia nos enseña claramente a amar a nuestro prójimo, no a envidiarlo. Pero a veces, a pesar de nuestras mejores intenciones, somos presa de sentimientos de resentimiento, celos y amargura, que vienen de sentirnos vacíos o disgustados cuándo otro a nuestro alrededor, alcanza lo que pensamos injustamente, no hera merecido por ellos y lo deseamos pera nosotros mismos. ¿Pero, por qué ocurre esto? Porque somos humanos, y porque vivimos en un mundo que da mucha importancia a las posesiones materiales (posesiones que, por cierto, carecen totalmente de importancia para Dios).
Así que la próxima vez que sientas que la envidia invade tus pensamientos, recuerda dos cosas: (1) la envidia es una semilla perniciosa que dara sólo cosechas dañinas para nuestro corazón, y (2) Dios ya te ha colmado de tantas bendiciones, que, si miras a fondo, encontrarás la clave de reconocer que el plan del Señor, siempre ha obrado para bien en Ti, aún cuando de forma inmediata o en tus propios tiempos no puedas notarlo a simple vista.
De todo esto, recordemos entonces, que la verdadera satisfacción no proviene de lo que poseemos, sino de reconocer y apreciar las bendiciones que ya tenemos. La envidia y la amargura son nubes de tiniebla que pueden ahogar el brillo de la alegría y la paz que Dios quiere para nosotros. Al elegir conscientemente la gratitud sobre los celos, la bondad sobre el resentimiento, y el perdón sobre la amargura, nuestros corazones serán cubiertos, más estrechamente con la voluntad de Dios para nuestras vidas. De este modo, no sólo experimentaremos más paz y alegría nosotros mismos, sino que también nos convertiremos en una fuente de bendición para los que nos rodean.
Señor, mantén mi atención alerta, para reconocer y desechar los sentimientos de envidia que puedan alojarse en mi corazón. Dame la sabiduría y la voluntad para vencer rápidamente los celos, la amargura o el resentimiento por aquellas cosas que a diferencia de mi, otros puedan poseer. Al contrario, centra mi mirada en Tu amor, en las grandes bendiciones que me has dado y en Tu presencia, que es la verdadera fuente de alegría y regocijo en mi vida. En El Nombre de Jesús, Amén.