También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos. Números 13:33
Al cabo de 40 días de misión, los espías regresaron cargados con enormes racimos de uvas, dispuestos a presentar su informe. Moisés, junto con Aarón, convocó a todo el pueblo para oír lo que los emisarios tenían que decir sobre la tierra de Canaán. Empezaron describiendo la calidad de los campos, tan fértiles que producían alimentos de tamaño formidable, un lugar que sin duda manaba leche y miel. Sin embargo, los espías también describieron a los poderosos del lugar y sus ciudades fortificadas. Algunos de sus habitantes, los hijos de Anac, eran tan altos que parecían gigantes.
La multitud ya estaba desanimada, pero Caleb expuso su opinión con confianza: “Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos.” (Núm 13:30). Caleb, un hombre excepcional y valiente, confiaba en el Señor. Pero sus palabras no bastaron, y algunos de sus compañeros se sintieron como saltamontes ante los gigantes de la tierra.
El informe desencadenó una fuerte rebelión entre el pueblo, que deseaba morir en el desierto. Por desgracia, Dios concedió este deseo y nadie mayor de 20 años dejó atrás el desierto, excepto Caleb y Josué. El pueblo se sentía como insectos y moriría como ellos. Cuarenta años después, los que salieron de Egipto siendo niños llegaron por fin a la Tierra Prometida y la conquistaron. Los reyes de la región, vasallos de Egipto, no cesaban de enviar cartas solicitando su ayuda, pues eran incapaces de resistir a los hebreos, que entraban en Canaán como nubes de langostas.
Es interesante cómo cambia nuestra visión del mundo cuando confiamos en Dios. Sin él, la mayoría de los espías se sentían como saltamontes, meros insectos. En cambio, Caleb y el pueblo que entró con él en la Tierra Prometida, porque confiaban en Dios, se asemejaban a una plaga de langostas, a una fuerza de la naturaleza. El miedo que los habitantes de Canaán sentían hacia los hebreos era el resultado de la confianza de éstos en Dios, que les infundió valor para superar sus temores y desafíos.
Confía en el Señor y afronta tus miedos. Con Él, siempre eres mayoría. Con Él, ¡eres más que un vencedor!
Gracias Padre, porque sé que de Tu mano, sólo venceré, en Tus tiempos perfectos, las batallas que la vida, ponga en mi camino. En El Nombre de Jesús, Amén.