Pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. (Filipenses 4:11).
El apóstol Pablo estaba encarcelado en Roma. Estaba en el corredor de la muerte, en la antesala del martirio, con los pies en la tumba y la cabeza en la guillotina romana. Anciano, llevaba las marcas de Cristo en el cuerpo. Pasó por pruebas y privaciones. Pero lejos de amargarse la vida, declaró: “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”. Y es que la felicidad no es una realidad exterior a nosotros, sino una actitud interior.
Hay personas que lo tienen todo, pero no tienen nada. Hay ricos que son pobres y pobres que son ricos. Hay personas que están encerradas en prisiones, pero sus corazones viven en el paraíso. Otros caminan sobre alfombras aterciopeladas, pero sus almas viven en un tormento desenfrenado. La felicidad no es automática. Es un proceso de aprendizaje. Somos felices cuando nuestra fuente de placer está en Dios, y no en las cosas, posesiones, o bienes materiales; cuando nuestra alma encuentra deleite en el proveedor, y no en la provisión. Dios, y no las cosas, es la fuente de nuestra felicidad.
¿Te has matriculado en esta escuela de la satisfacción? ¿Has aprendido los deberes? La escuela de la vida es distinta de las escuelas convencionales. Aquéllas dan la lección y luego el examen; la escuela de la vida primero da el examen y luego enseña la lección.
Que de la mano del Señor, superemos con éxito, todas esas pruebas, siempre para su total gloria y honra.
Señor, enséñame a esperar por Tus tiempos, a tener una paciencia y fe fortalecidas cuando deba esperar a Tu respuesta en medio de la prueba. Renueva mi esperanza y mis energías, sabiendo que has prometido estar al lado de cada uno de Tus hijos, para llevarlos firmes al sendero de la victoria. En El Nombre de Jesús, Amén.