Y tomando Noemí el hijo, lo puso en su regazo, y fue su aya. Y le dieron nombre las vecinas, diciendo: Le ha nacido un hijo a Noemí; y lo llamaron Obed. Este es padre de Isaí, padre de David. Rut 4:16-17
A todo el mundo le ocurren cosas dolorosas. A veces, conocer la razón de lo que nos ha ocurrido nos enseña a evitar las cosas malas cuando podemos controlarlas. A veces, conocer las causas de las dificultades no forma parte de la solución. Sin embargo, es importante reflexionar.
Hay algo que podemos hacer antes de experimentar dolor. Mientras estemos bien, debemos intentar fortalecernos, como si hiciéramos ejercicios físicos para la salud de nuestro cuerpo.
Así le ocurrió a Noemí de Judá, una dama del siglo XIII a.C. Junto con su marido y sus hijos, tuvo que emigrar a otro país por falta de trabajo en su tierra. Allí las cosas empeoraron. Su marido murió primero y, unos años después, también sus dos hijos. Cuando se enteró de que la situación había mejorado en su país, regresó. Una de sus nueras, llamada Rut, regresó con ella. La vida siguió siendo dura durante mucho tiempo, hasta que encontró trabajo, se casó y tuvo un hijo, al que su abuela pudo sostener felizmente en brazos.
Noemí pasó por su dolor llorando. Incluso pidió que le cambiaran el nombre de “Noemí”, que significa “feliz”, por el de “Mara”, “amargada”. Sin embargo, mientras se lamentaba, cantaba: “¡Dios es bueno!”. Así se fortaleció.
En tiempos difíciles, Noemí recurrió a lo que sabía de Dios. Esta certeza le dio esperanza. Lo que podía hacer, lo hacía. En cuanto a lo que no podía, porque no dependía de ella, su acción fue esperar. Dios actuó, y ella volvió a ser Noemí, “feliz”.
Intentemos ser aún más fuertes física, emocional, moral y espiritualmente cuando todo nos vaya bien. Cuando las cosas se pongan difíciles, sabremos que podemos volver a sonreír.
Gracias Señor, porque en Tu fidelidad, me ofreces en medio de la adversidad, la salida para confiar en que nunca me abandonas y en que Tu presencia es constante en todos los momentos de mi vida. Recuérdame esa grandiosa promesa de cuidado y protección para que la duda y el miedo no entren en mi corazón, Padre, sabiendo que de Tu mano, siempre volveré a sonreír. Te lo pido, En El Nombre de Jesús, Amén.