El que guarda su boca guarda su alma; Mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad. (Proverbios 13:3)
¿Te das cuenta de que lo que dices afecta a todas las facetas de tu vida? Tus palabras no sólo influyen en quienes te escuchan; también repercuten en tu propio bienestar, a veces negativamente. El apóstol Santiago escribió: “Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” (Santiago 3:6). Santiago da también otros dos ejemplos del poder de la lengua para marcar nuestro rumbo: el poder de un bocado sobre un caballo y el poder de un pequeño timón sobre un gran barco. En otras palabras, cuando hablas, estás alertando a tu cuerpo para que responda en consecuencia; en cierto modo, estás eligiendo tu camino.
Afortunadamente, el apóstol Pablo nos enseñó otra cara de este principio, y es el poder de la confesión positiva. Por ejemplo, Pablo proclamó: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece” (Filipenses 4:13), proclamación que hizo desde los confines de una celda. En otra ocasión, cuando estaba injustamente encarcelado, entonó himnos de alabanza al Señor (Hch 16:16-34). ¿Por qué? Porque comprendió que estos testimonios del poder de Cristo reforzaban su fe. Había pasado por todo tipo de sufrimientos, y había experimentado los beneficios de decir la verdad de Dios a pesar de sus circunstancias.
En nuestra cultura, se ha vuelto normal decir todo lo que sentimos sin freno, pero eso no refleja la sabiduría de Dios y es el camino hacia la ruina segura. En lugar de eso, guarda tu boca y asegúrate de que lo que sale de ella exalta al Señor. Comprométete a confesar la Palabra de Dios. La elección es tuya. Tu vida puede transformarse cambiando lo que sale de tu boca.
Padre, ¡te alabo! Que lo que salga de mi boca Te exalte en toda situación, para que Tú seas glorificado y mi fe se fortalezca. En El Nombre de Jesús, Amén.