Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; Mas con los humildes está la sabiduría. (Proverbios 11:2)
La desesperanza suele surgir cuando te imaginas que eres tú quien tiene el control. Por eso a veces la adversidad llega en las áreas en las que te crees más fiel o con más talento. Empiezas a desarrollar orgullo en ti mismo en lugar de confiar en la bondad amorosa de Dios.
Por ejemplo, quizá confías en el Padre lo suficiente como para diezmar y lo haces fielmente. Pero entonces surge un problema económico que te causa mucho dolor y confusión. Puede que pienses: “No me merezco esto. Yo diezmo. Me he ganado el derecho a ser recompensado en lugar de enfrentarme a tales presiones financieras”.
Toda esta línea de pensamiento implica una actitud orgullosa de autosuficiencia, no de fe. De hecho, la finalidad misma del diezmo es reconocer que Dios es tu Proveedor y el Señor sobre todo lo que tienes (Deuteronomio 14:22-25). No le diezmas para pagarle. Lo haces para honrar a Aquel que te ha dado todas las cosas.
¿Ves la diferencia? Lamentablemente, una actitud orgullosa te prepara para la desesperación y la desilusión cuando las cosas van mal. Te centras en lo que mereces o te has ganado, en lugar de fijarte en cómo se te revela el Señor.
Pero anímate, Dios está en tu situación y no te fallará. Humíllate ante Él y reconoce que incluso las cosas buenas que haces son sólo gracias a la guía y la gracia de Su Espíritu Santo. Y cuando surjan esos sentimientos de desesperanza, evalúa tu vida y asegúrate de que toda tu confianza está en el Padre y todo el control permanece firmemente en Sus manos.
Señor, confieso que he intentado tomar el control de mis circunstancias y ahora me siento desesperanzado. Perdóname mi orgullo, Padre. Confío en Ti para que me guíes, me proveas y me liberes. En El Nombre de Jesús, Amén.