Él sana a los quebrantados de corazón, Y venda sus heridas. (Salmos 147:3)
Algunas heridas son demasiado profundas y muchas tardan demasiado en curarse. Pueden tardar semanas, meses o incluso años. Hay situaciones que vivimos que nos hieren tanto que luchamos con el dolor durante un tiempo objetivamente grande. Nos preguntamos por qué, queremos comprender a toda costa por qué pasamos por algo que tanta tristeza coloca en nuestro corazón. Pero ocurre algo maravilloso cuando acudimos a JESÚS, Aquel que es lo bastante poderoso para curar cualquier herida, restaurar nuestra dicha y darnos un nuevo rumbo en la vida.
En nuestro tiempo de búsqueda de Dios, Él nos abre los ojos a la verdad sobre nosotras mismas. Nos revela las razones por las que nuestras heridas aún sangran o por las que se han agravado. ¡He aquí! El mantenimiento de estas heridas no depende de nadie más que de nosotras mismas. Somos responsables de decidir lo que permanece dentro y lo que sale de nuestro corazón. Muchas veces nos ” cocemos” en el dolor y no buscamos al Señor para que nos libere sino que confiamos plenamente en nuestras propias fuerzas. De esta manera alimentamos la ira, el sufrimiento y el resentimiento.
El poder de Dios para rehacernos ante las tragedias de la vida es tremendo. No podemos “abandonar” la herida y vivir como si no nos molestara. Tenemos que persistir en la búsqueda de la curación, de la liberación. Por ello, por mucho que tardes en buscar a Dios, si continuas clamando a Él, con perseverancia y fe, en algún momento te darás cuenta de que la herida se ha curado, y concluirás: ya no hace más daño, ya no duele más… Así es exactamente como me ocurrió a mí. Cuando busqué a Dios para que me liberara y clamé a Él para que me curara, vino sobre mí con amor, gracia y compasión y como nos revela el Salmo 143: sanó mis heridas.
Si persistes en buscar y confías con todo tu corazón, la curación y la liberación vendrán a ti. Jesús ya venció todo sufrimiento en la Cruz del Calvario, así que hoy tienes la posibilidad de que tu vida sea restaurada, rehecha, pues por sus llagas hemos sido sanados. El deseo de mi corazón es que Jesús sane, libere y restaure tu vida y que ante cualquier situación dolorosa que vivas, puedas decir junto conmigo: ¡ya no duele!
Dios Te Bendiga.